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Ver con el corazón

Miguel era un muchacho a quien le gustaba mucho el fútbol, de hecho, pertenecía a un club muy popular en su barrio. Siempre que su equipo jugaba se veía al padre de Miguel en las tribunas, alentando al equipo de su hijo.
Sin embargo, había un detalle, el entrenador nunca consideraba a Miguel de titular, y las pocas veces que lo hacía ingresar al campo, él lo hacía con desgano y mal. A pesar de eso, Miguel siempre iba acompañado de su padre a los partidos y siempre se veía a su padre como el más entusiasta de los hinchas.
Sucedió que un día antes del partido más importante de esa temporada el padre de Miguel cayó enfermo y no pudo asistir. El día del encuentro ya en los camarines y mientras los jugadores se alistaban para el partido, el entrenador recibió una llamada. La noticia recibida le puso un rostro de consternación. Al terminar, se dirigió hacia Miguel lentamente. Necesito hablar contigo un momento, le dijo.
Miguelito, la llamada que acabo de recibir era de la clínica donde está internado tu papá. Hace una hora entró en coma cerebral y me acaban de decir que ha muerto en brazos de tu madre…
Al escuchar esto Miguel se puso a llorar desconsoladamente.
Tienes que ser fuerte muchacho, le decía el entrenador.
De pronto, retirando las manos del rostro, con voz serena y lágrimas en los ojos, pero con una gran determinación, Miguel le dijo al entrenador:
-Quiero jugar este partido. Quiero que me deje jugar, aunque sea unos minutos.
Sorprendido el entrenador no podía creer que después de darle una noticia tan terrible, el muchacho tenga ánimos para jugar. Lo pensó por un momento, y diciendo para sus adentros que jugando unos minutos no afectaría al equipo, le pidió que se cambiara, que jugaría desde el principio, al menos el primer tiempo.
Esa tarde Miguel no falló un pase. Fue una muralla. Infranqueable, tan bien jugó que el entrenador lo mantuvo en el campo todo el partido, permitiendo que incluso que convirtiera el gol que le diera la victoria a su equipo.
Las tribunas enloquecieron coreando su nombre.
Fue sin duda, el partido de su vida, al final del encuentro, y ya cuando todos los jugadores se habían retirado a celebrar el triunfo, el entrenador encontró a Miguel parado en la cancha mirando hacia la tribuna, donde tantas veces se había sentado su padre alentar a su equipo. Al acercársele, notó que el muchacho aunque con lágrimas en los ojos, miraba hacia la tribuna fijamente,
-Miguel, quisiera tener las palabras exactas con las cuales poder reconfortarte en estos momentos. Sé la estrecha relación que tenías con tu padre y creo saber cuánto te ha afectado. Hoy jugaste como nunca te vi jugar. Y aunque quizás no sea apropiado preguntarte ahora pero… ¿Por qué quisiste jugar esta tarde Miguel?
Miguel miró al entrenador y le dijo:
-Señor muchas veces usted vio a mi padre sentado en la tribuna ¿verdad?
-Sí, siempre venía alentar al equipo aunque supiera que tu no jugabas y…
-No señor –le interrumpió Miguel- mi padre no sabía que yo no jugaba. Mi padre era ciego, señor.
Unas lágrimas recorrieron nuevamente el rostro del muchacho.
Por eso cuando me tocaba jugar, yo no jugaba bien porque sabía que él, a pesar de estar en la tribuna no me veía. Yo siempre al final de los partidos le decía que había hecho tal o cual jugada y notaba como se le iluminaba el rostro de satisfacción… Sin embargo, esta tarde yo si sabía que él me estaba mirando desde el cielo, por eso, hoy no jugué para mí ni para el equipo, jugué para él.
Gracias señor, gracias por haber permitido que mi padre me viera jugar fútbol por primera vez….
En ese momento, el muchacho se abrazó fuertemente del entrenador, desahogaron su pena y su dolor. Desde ese día, Miguel no dejó nunca de jugar un partido y siempre que convertía un gol, se acercaba a la tribuna donde se sentaba su padre, mirando y levantando las manos hacia el cielo…
Mira hoy a tu hijo si lo tienes o cuando lo tengas… Y nunca dejes de mirarlo… Más que con los ojos, míralo con el corazón…

Entregado en la escuela de padres del Centro Ann Sullivan del Perú.

Publicado 20/03/07

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